Catalina de Médici fue una noble
italiana, hija de Lorenzo II de Médici y Magdalena de la Tour de Auvernia. Como
esposa de Enrique II de Francia, fue reina consorte de Francia desde 1547 hasta
1559.
En 1533, a los catorce años,
Catalina contrajo matrimonio con Enrique, segundo hijo de los reyes Francisco I
y Claudia de Francia. Durante su reinado, Enrique apartó a Catalina de los
asuntos de estado en favor de su amante, Diana de Poitiers, quien ejercía una
gran influencia sobre el monarca. Sin embargo, la muerte de Enrique empujó a
Catalina a la arena política como madre del frágil rey de quince años,
Francisco II. A la muerte de este en 1560 Catalina pasó a ser regente del nuevo
rey, su hijo de solo diez años Carlos IX, lo que le concedió amplios poderes.
Tras la muerte de Carlos en 1574, Catalina volvió a jugar un papel clave en el
reinado de su tercer hijo, Enrique III, del cual fue consejera casi hasta sus
últimos meses de vida.
Los tres hijos de Catalina
reinaron en una etapa de constantes guerras civiles y religiosas en Francia.
Los problemas que enfrentaba la monarquía eran complejos y de enormes
proporciones. Al principio Catalina hizo concesiones a los rebeldes
protestantes franceses, los hugonotes. Sin embargo, nunca comprendió las
cuestiones teológicas que impulsaron su movimiento, por lo que más tarde la ira
y la frustración la llevaron a aplicar líneas más duras en su política contra
ellos. Como consecuencia, llegó a ser culpada de las incesantes persecuciones
contra los hugonotes desarrolladas durante los reinados de sus hijos, en
particular de la Matanza de San Bartolomé en 1572, en la que fueron asesinados
miles de hugonotes en París y por toda Francia.
Algunos historiadores han
exculpado a Catalina de las peores decisiones de la corona francesa, aunque las
evidencias de su crueldad se encuentran en sus cartas. En la práctica, su
autoridad estuvo siempre limitada por las guerras civiles, por lo que sus
decisiones políticas pueden considerarse como intentos desesperados por
mantener a la dinastía Valois en el trono de Francia. En esta línea, su
mecenazgo de las artes también fue un intento de glorificar a una monarquía
cuyo prestigio estaba en franca decadencia. Es improbable que sin Catalina sus
hijos se hubieran mantenido en el poder, y no en vano los años de sus regencias
también se conocen como “la era de Catalina de Médici”, pues de acuerdo con
uno de sus biógrafos, Mark Strage, Catalina fue la mujer más poderosa del siglo
XVI en Europa.
Catalina nació en Florencia como
Caterina Maria Romula di Lorenzo de' Medici en el seno de la familia Médici,
los gobernantes de facto de la próspera ciudad toscana, donde comenzaron como
banqueros y se hicieron ricos y poderosos con la financiación de numerosas
monarquías europeas. El padre de Catalina, Lorenzo II de Médici, fue nombrado
duque de Urbino por su tío, el papa León X, pero el título fue heredado por
Francesco Maria della Rovere a la muerte de Lorenzo. Por ello, aunque Catalina
era hija de un duque, no era de alta cuna. Sin embargo, su madre Magdalena de
la Tour de Auvernia, condesa de Boulogne, pertenecía a una de las más
destacadas y antiguas familias de la nobleza francesa, prestigiosa ascendencia
maternal que beneficiaría el posterior matrimonio de Catalina como Princesa
Real de Francia.
El cuidado de Catalina recayó
primero en su abuela paterna, Alfonsina Orsini, esposa de Piero de Médici, pero
a la muerte de esta en 1520 la niña se unió a sus primos y fue criada por su
tía, Clarice Strozzi. El fallecimiento del papa León X en 1521 interrumpió
brevemente el poder de los Médici, pero solo hasta la elección pontificia del
cardenal Giulio de Médici como papa Clemente VII en 1523. El nuevo papa alojó a
Catalina en el palacio Medici Riccardi de Florencia y las gentes de la ciudad
comenzaron a llamarla duchessina en deferencia a su infructuosa reclamación del
ducado de Urbino.
En 1527 los Médici fueron
derrocados en Florencia por una facción opuesta al régimen encabezada por el
representante de Clemente, el cardenal Silvio Passerini, y Catalina fue recluida
en una serie de conventos hasta que finalmente acabó en el de la Santissima
Annunziata delle Murate, donde vivió tres años. Clemente no tuvo otra opción
que coronar a Carlos I de España como emperador del Sacro Imperio a cambio de
su ayuda para retomar la ciudad. En octubre de 1529 las tropas del emperador
sitiaron Florencia. Ante la prolongación del asedio algunos pidieron que
Catalina fuera asesinada y su cuerpo expuesto desnudo y encadenado en las
murallas de la ciudad; otros llegaron a decir que fuera entregada a las tropas
como gratificación sexual. La ciudad acabó por capitular el 12 de agosto de
1530 y Clemente pidió a Catalina que abandonara su querido convento para unirse
a él en Roma, donde la recibió con los brazos abiertos y lágrimas en los ojos.
Luego se dedicó a buscarle esposo.
Varios pretendientes pidieron su
mano, entre ellos Jacobo V de Escocia, que envió al duque de Albany para
intentar concretar un matrimonio en abril o noviembre de 1530. Cuando Francisco
I de Francia propuso a su segundo hijo, Enrique, duque de Orleans, a comienzos
de 1533, Clemente se entusiasmó con la oferta porque el hijo del rey francés
era un matrimonio extraordinariamente ventajoso para Catalina, quien a pesar
del dinero de su familia, era de origen plebeyo. La boda, que se celebró en
Marsella el 28 de octubre de 1533, fue un gran acontecimiento marcado por la
exhibición extravagante y la entrega de regalos. El príncipe Enrique bailó y
participó en justas por Catalina. La pareja, de solo catorce años, abandonó el
baile de su boda a medianoche para consumar sus deberes maritales. Enrique
llegó al dormitorio acompañado de su padre, el rey Francisco, de quien se dice
que permaneció allí hasta que el matrimonio se hubo consumado. El papa Clemente
visitó a los recién casados en su cama al día siguiente y dio su bendición a los
procedimientos de la noche.
Catalina vio muy poco a su marido
en su primer año de matrimonio, pero las damas de la corte la trataron muy
bien, impresionadas por su inteligencia y entusiasmo. Sin embargo, la muerte
del papa Clemente VII el 25 de septiembre de 1534 minó la posición de Catalina
en la corte francesa y el siguiente papa, Paulo III, rompió la alianza con
Francia y rehusó pagar su enorme dote. El príncipe Enrique no mostró ningún
interés en su esposa Catalina y, sin ningún recato, tomó varias amantes. La
pareja no tuvo hijos en sus diez primeros años de matrimonio pero, en 1537, la
amante de Enrique, Filippa Duci, dio a luz una hija que fue reconocida
públicamente por el propio príncipe. Este hecho probó la fertilidad del
heredero francés y añadió presión sobre Catalina para que tuviera un
descendiente.
En 1536 el hermano mayor de
Enrique, Francisco murió, dejando así a su hermano menor como heredero del
trono. Tras quedarse embarazada una vez,
Catalina no tuvo problema para hacerlo de nuevo, en lo que pudo recibir la
ayuda del médico Jean François Fernel, que advirtió ciertas anomalías en los
órganos sexuales de la pareja y los aconsejó para solucionar el problema.
Catalina pronto concibió de nuevo y el 2 de abril de 1545 nació su hija Isabel.
Tuvo otros ocho hijos de Enrique, seis de los cuales sobrevivieron a la
infancia, incluidos el futuro Carlos IX, el futuro Enrique III y Francisco,
duque de Anjou. Con ello quedaba asegurado el futuro a largo plazo de la
dinastía Valois, que había gobernado Francia desde el siglo XIV. A pesar de
todo, la nueva capacidad de Catalina para concebir hijos no fue suficiente para
mejorar su matrimonio. En 1538, con diecinueve años, Enrique había tomado como
amante a Diana de Poitiers, de treinta y ocho, a la que amó el resto de su
vida. A pesar de esto, respetó el puesto de Catalina como su consorte y cuando
murió el rey Francisco I en 1547 ella se convirtió en reina consorte de
Francia. Catalina fue coronada en la basílica de Saint-Denis el 10 de junio de
1549.
Enrique no permitió intervenir en
política a la reina Catalina, y aunque algunas veces ella actuó como regente
durante las ausencias de su marido, sus poderes eran estrictamente nominales.
Enrique dio el castillo de Chenonceau, que Catalina quería para ella, a su
amante Diana de Poitiers, quien además se situó en el centro del poder,
actuando como patrona y aceptando favores. Durante el reinado de Enrique se produjo el
ascenso de los hermanos Guisa, Carlos, que se convirtió en cardenal, y
Francisco, amigo de la infancia de Enrique que fue nombrado duque de Guisa. Su
hermana María de Guisa había contraído matrimonio con Jacobo V de Escocia en
1538 y fue la madre de María, reina de los escoceses. Con cinco años y medio
María fue llevada a la corte francesa, donde se prometió con el Delfín,
Francisco. Catalina la crio junto a sus propios hijos en la corte parisina
mientras María de Guisa gobernaba Escocia como regente de su hija. Entre el 3 y
el 4 de abril de 1559 Enrique firmó la Paz de Cateau-Cambrésis con el Sacro
Imperio Romano Germánico y con Inglaterra que ponía fin a la guerra italiana.
El tratado fue sellado con el compromiso matrimonial de la hija de trece años
de Catalina, Isabel, con el monarca más poderoso del mundo, Felipe II de
España. Su matrimonio por poderes se
celebró en París el 22 de junio de 1559 con grandes fastos, bailes, máscaras y
cinco días de justas.
El rey Enrique tomó parte en las
justas luciendo los colores blanco y negro de Diana. Derrotó a los duques de
Guisa y Nemours, pero el joven Gabriel, conde de Montgomery, lo golpeó y
desmontó. El rey insistió en volver a justar contra el conde, y esta vez el de
Montgomery rompió su lanza en la cara del monarca, que se tambaleó con la cara
sangrando y con astillas clavadas en un ojo y la cabeza. El rey fue
transportado al castillo de Tournelles, donde le extrajeron cinco astillas de
la cabeza, una de las cuales había atravesado un ojo y el cerebro. Catalina se
quedó junto al lecho del monarca, pero Diana se mantuvo alejada. En los
siguientes diez días el estado del rey fluctuó, y llegó a estar lo
suficientemente bien como para dictar cartas y escuchar música. Sin embargo,
lentamente perdió la vista, el habla y la razón, y el 10 de julio de 1559
murió.
Francisco II se convirtió en rey
con solo quince años. En lo que ha sido llamado un golpe de estado, el cardenal
de Lorena y el duque de Guisa –cuya sobrina, María, reina de los escoceses, se
había casado con Francisco el año anterior– tomaron el poder el día después de
la muerte de Enrique II y rápidamente se trasladaron al Louvre con la joven
pareja. Por el momento, Catalina trabajó con los Guisa por necesidad, pues no
tenía derecho a un rol en el gobierno de Francisco porque se consideraba que
este tenía edad suficiente para gobernar por sí mismo. Catalina no dudó en
explotar su nueva autoridad y una de sus primeras decisiones fue forzar a Diana
de Poitiers a entregar las joyas de la corona y devolver el castillo de
Chenonceau a la monarquía. Después se empeñó en deshacer todas las reformas llevadas
a cabo allí por Diana.
Los hermanos Guisa comenzaron a
perseguir con celo a los protestantes. Catalina adoptó una postura moderada y
se manifestó en contra de las persecuciones de los Guisa, aunque no sentía
ninguna simpatía por los hugonotes, cuyas creencias nunca compartió.
En junio de 1560 Michel de
L'Hospital fue nombrado Canciller de Francia. Este buscó el apoyo de los
órganos constitucionales de Francia y trabajó junto a Catalina para defender la
ley frente a la creciente anarquía. No vio la necesidad de castigar a los
protestantes que oraban en privado y no tomó las armas contra ellos. El 20 de
agosto de 1560 Catalina y el canciller defendieron esta política ante una
asamblea de notables en Fontainebleau, ocasión que los historiadores recuerdan
como un temprano ejemplo del sentido de estado de Catalina. Mientras, Condé
creó un ejército y comenzó a atacar ciudades del sur en el otoño de 1560.
Catalina le ordenó presentarse en la corte y lo encarceló tan pronto apareció.
Fue juzgado en noviembre, encontrado culpable de delitos contra la corona y
sentenciado a muerte. Sin embargo, salvó su vida por la enfermedad y muerte del
rey Francisco II, sucedida a causa de una infección o absceso en su oído. Cuando
Catalina fue consciente que Francisco iba a morir hizo un pacto con Antonio de
Borbón, según el cual él renunciaría a su derecho a la regencia del futuro rey,
Carlos IX, a cambio de la liberación de su hermano Condé. Por ello, cuando el
rey Francisco murió el 5 de diciembre de 1560, el Consejo Privado nombró a
Catalina gobernadora de Francia con amplios poderes.
Al principio Catalina mantuvo al
rey —de nueve años de edad y que lloró en su coronación— cerca de ella, y
dormía en su habitación. Ella presidió su consejo, decidió políticas y
controló los negocios de estado y el patronazgo. Sin embargo, Catalina nunca
estuvo en condiciones de gobernar todo el reino en su conjunto, pues estaba al
borde de una guerra civil y en muchos lugares de Francia el poder de los nobles
era mayor que el de la corona. Los desafíos que Catalina hubo de encarar eran
complejos y en muchos aspectos difíciles de comprender para una extranjera como
ella.
La reina convocó a los líderes
eclesiásticos de ambos bandos en un intento por resolver sus diferencias doctrinales,
pero a pesar de su optimismo la resultante Conferencia de Poissy terminó el 13
de octubre de 1561 en un completo fracaso, y se disolvió sin su permiso. En
enero de 1562 Catalina promulgó el tolerante Edicto de Saint-Germain, en un
nuevo intento por tender puentes con los protestantes. Sin embargo, el 1 de
marzo de 1562, en un incidente conocido como Masacre de Wassy, el duque de
Guisa y sus hombres atacaron a los hugonotes que celebraban misa en un granero
en Wassy, matando a 74 e hiriendo a más de 100.
Solo un mes después Luis de
Borbón, príncipe de Condé, y el almirante Gaspar de Coligny, habían reunido un
ejército de 1800 hombres y firmado una alianza con Inglaterra, y comenzaron a
apoderarse de una ciudad tras otra en Francia.
El 17 de agosto de 1563 Carlos IX
fue declarado mayor de edad en el Parlamento de Ruan, pero nunca fue capaz de
gobernar por su cuenta y mostró poco interés en el gobierno. Catalina decidió
poner en marcha una campaña para hacer cumplir el edicto de Amboise y reavivar
la fidelidad a la corona. Para ello partió con el rey Carlos y con la corte en
una gira por toda Francia que duró desde enero de 1564 hasta mayo de 1565, un
largo periplo en el que Catalina mantuvo conversaciones con la reina
protestante Juana III de Navarra en Mâcon y Nérac. También se vio con su hija
Isabel en Bayona, cerca de la frontera con España, en medio de lujosas fiestas
cortesanas. El monarca hispano Felipe II excusó su presencia y en su
representación envió al duque de Alba para decir a Catalina que desechara el
edicto de Amboise y encontrara soluciones punitivas al problema de los herejes.
En 1566, a través del embajador en el Imperio otomano, Guillaume de Grandchamp
de Grantrie, y sobre la base de la duradera alianza franco-otomana, Carlos IX y
Catalina propusieron a la Sublime Puerta un plan para reubicar a los hugonotes
y a los luteranos franceses y alemanes en Moldavia, principado bajo control
otomano. El fin era crear una colonia militar y una barrera protectora frente a
los Habsburgo. Este plan también tenía la ventaja añadida de la eliminación de
los hugonotes de Francia, pero no logró interesar a los otomanos. El 27 de
septiembre de 1567, en una redada conocida como la Emboscada de Meaux, fuerzas
hugonotes intentaron apresar al rey, lo que reavivó una nueva guerra civil. La
corte, tomada por sorpresa, huyó desordenadamente a París. La guerra terminó
con la Paz de Longjumeau firmada el 22-23 de marzo de 1568, pero la
inestabilidad civil y el derramamiento de sangre continuaron. Asimismo, la
Emboscada de Meaux marcó un punto de inflexión en la política de Catalina hacia
los hugonotes y a partir de ese momento la reina abandonó el compromiso por una
política de represión. En junio de 1568 dijo al embajador veneciano que todo
lo que se podía esperar de los hugonotes era el engaño, y elogió la política de
terror impuesta por el duque de Alba en los Países Bajos, donde miles de
calvinistas y rebeldes fueron condenados a muerte.
Los hugonotes se retiraron hasta
la ciudad fortificada de La Rochelle en la costa atlántica francesa, donde se
les unieron Juana de Albret y su hijo de quince años, Enrique de Borbón. A
pesar de todo, la Paz de Saint-Germain, firmada el 8 de agosto de 1570 debido
que a que el ejército real se había quedado sin paga, concedió mayor tolerancia
a los hugonotes que nunca antes.
Catalina miró por los intereses
de la dinastía Valois acordando importantes matrimonios dinásticos. En 1570
Carlos IX se desposó con Isabel de Austria, hija de Maximiliano II, emperador
del Sacro Imperio, y también buscó casar a uno de sus dos hijos menores con la reina
Isabel I de Inglaterra. Tras la muerte de su hija Isabel en 1568, esposa de
Felipe II, propuso que el rey español se casara con su otra hija Margarita.
Después buscó casarla con Enrique III de Navarra, con la esperanza de unir los
intereses de los Valois y los Borbones. Sin embargo, Margarita tenía un idilio
secreto con Enrique, hijo del último duque de Guisa.
La reina Catalina presionó a
Juana de Albret para que acudiera a la corte. Cuando finalmente Juana fue a la
corte, Catalina la presionó duramente y la convenció para casar a su amado
hijo con Margarita, al tiempo que Enrique podía seguir siendo hugonote. Sin
embargo, estando en París comprando ropa para la boda, Juana enfermó y murió a
la edad de 44 años. La boda se celebró el 18 de agosto de 1572 en la catedral
de Notre-Dame de París.
Tres días después el almirante
Coligny caminaba de vuelta a sus estancias desde el Louvre cuando sonó un
disparo en una casa y resultó herido en la mano y el brazo. Se descubrió un
arcabuz humeante en una ventana, pero el culpable ya había escapado por la
parte trasera del edificio y huido en un caballo que le esperaba. Coligny fue
trasladado a sus alojamientos en el Hôtel de Béthisy, donde el cirujano Ambroise
Paré extrajo una bala de su codo y le amputó el dedo herido con un par de
tijeras. Catalina, que se dice que recibió la noticia sin emoción, hizo una
lacrimógena visita a Coligny y le prometió castigar a su atacante.
La Matanza de San Bartolomé, que
se inició dos días después, ha manchado la reputación de Catalina para siempre.
No hay ninguna razón para pensar que ella no tuvo nada que ver en la decisión
del rey Carlos IX el día 23 de agosto. La idea era clara: Catalina y sus
asesores esperaban el levantamiento hugonote para vengar el ataque a Coligny,
por lo que eligieron golpear primero y eliminar a todos los líderes hugonotes
que todavía estaban en París después de la boda.
La masacre en la capital francesa
duró al menos una semana, y se extendió a otras partes del reino, donde
persistió hasta el otoño. El 29 de septiembre, cuando Enrique III de Navarra
se arrodilló ante el altar como católico tras haberse convertido para evitar su
asesinato, Catalina se giró hacia los embajadores y se echó a reír.
Dos años después Catalina
enfrentó una nueva crisis con la muerte por pleuresía de Carlos IX, a la edad
de 23 años. El día antes de su muerte nombró regente a su madre debido a que
su hermano y heredero, Enrique, duque de Anjou, estaba en la Mancomunidad de
Polonia-Lituania, de la que era rey desde al año anterior. Sin embargo, tres
meses después de su coronación en la catedral de Wawel, Enrique abandonó ese
trono para convertirse en rey de Francia.
Enrique era el hijo favorito de
Catalina. A diferencia de sus hermanos, llegó al trono en la edad adulta, y
también era más saludable, a pesar de que sufría de unos pulmones débiles y
fatiga constante. Su interés en los asuntos de gobierno, sin embargo, resultó
irregular, y dependió de Catalina y de su equipo de secretarios hasta las
últimas semanas de vida de su madre. A menudo se desentendió del gobierno para
dedicar su tiempo a actos de piedad, como peregrinaciones y flagelaciones.
Enrique se casó con Luisa de
Lorena-Vaudémont en febrero de 1575, dos días después de su coronación. Su
elección frustró los planes de Catalina para emparejarlo con una princesa
extranjera. Los rumores sobre la incapacidad de Enrique para concebir hijos
estaban entonces muy extendidos.
En 1576, en un movimiento que
puso en peligro el trono de Enrique, Francisco se alió con los príncipes
protestantes en contra de la corona, y el 6 de mayo de ese año Catalina hubo de
acceder a casi todas las demandas de los hugonotes con el edicto de Beaulieu.
El tratado vino a conocerse como la Paz de Monsieur porque se pensaba que
Francisco lo había impuesto a la Corona. El duque de Alençon murió de
tuberculosis en junio de 1584 tras una desastrosa intervención en los Países
Bajos en que su ejército fue masacrado. La muerte de su hijo menor fue una
calamidad para los sueños dinásticos de Catalina, pues según la ley Sálica solo
los varones podían acceder al trono y ahora únicamente el hugonote Enrique de
Navarra era el presunto heredero al trono de Francia.
La reina madre había tenido al
menos la precaución de casar al navarro con su hija Margarita. Sin embargo, su
hija menor se convirtió en otro dolor de cabeza, al igual que Francisco, y en
1582 Margarita regresó a la corte francesa sin su marido. Catalina la oyó
gritar que su esposo tenía amantes, por lo que decidió enviar a Pomponne de
Bellièvre a Navarra para intentar arreglar el regreso de Margarita. En 1585 la
hija de Catalina volvió al reino de su marido, pero se retiró a su propiedad en
Agen y le solicitó dinero a su madre. La reina regente le envió solo el
necesario para “tener comida en su mesa”. Después de trasladarse a la
fortaleza de Carlat, la díscola Margarita tomó un amante llamado d'Aubiac, por
lo que su madre se puso en contacto con Enrique para consultarle antes de
actuar y así evitar una nueva vergüenza familiar. Como resultado, Margarita fue
recluida en el castillo d'Usson y su amante d'Aubiac ejecutado, aunque no
delante de ella, como Catalina deseaba.
La reina italiana no fue capaz de
controlar a Enrique de la misma manera que había hecho con Francisco y Carlos,
y su rol en el gobierno fue como diplomático itinerante. Viajó mucho a lo largo
del reino, imponiendo su autoridad y tratando de acabar con la guerra. En 1578
comenzó la tarea de pacificar el sur, y con 59 años se embarcó en un viaje de
año y medio por todo el sur de Francia para tratar cara a cara con todos los
líderes hugonotes. Estos esfuerzos hicieron que Catalina se ganara un nuevo
respeto del pueblo francés, por lo que a su regreso a París en 1579 fue
recibida a las afueras de la ciudad por el parlamento y multitud de gente.
Solo cuatro días después, el 5 de
enero de 1589, Catalina murió a los 69 años, probablemente de una pleuresía.
Catalina creía en el ideal
humanista del sabio príncipe renacentista cuya autoridad dependía tanto de las
letras como de las armas. Su suegro Francisco I de Francia fue un ejemplo, pues
había reunido en su corte a algunos de los mejores artistas de Europa; otro lo
fueron sus antepasados los Médici, los más famosos mecenas de las artes del
Renacimiento italiano. En una época de guerras civiles y declive de la
monarquía, Catalina buscó reforzar el prestigio real a través de una espléndida
exhibición cultural. Una vez que se hizo con el control del Tesoro Real,
estableció un programa de mecenazgo artístico que duró tres décadas, tiempo
durante el cual la reina ejerció el patronazgo sobre lo más granado de la
cultura del Renacimiento tardío francés en todas las ramas de las artes.
El inventario del Hôtel de la
Reine realizado tras la muerte de Catalina reveló que la reina había sido una
gran coleccionista. Entre sus posesiones había tapices, mapas, esculturas,
tejidos de calidad, muebles de ébano con incrustaciones de marfil, juegos de
porcelana china y cerámicas de Limoges, además de cientos de retratos, una
moda que se había desarrollado en vida de Catalina. Muchos de los retratos de
su colección eran obra de Jean Clouet y de su hijo François Clouet, autor este
último de los retratos de todos los miembros de la familia de Catalina y otros
personajes de la corte. Después de la muerte de la reina se puede observar un
marcado descenso en la calidad de los retratos franceses y hacia 1610 la
escuela patrocinada por los Valois y llevada a su cima por François Clouet casi
había desaparecido.
Los espectáculos musicales, en
particular, permitieron a Catalina expresar sus dotes creativas. Estos estaban
generalmente dedicados al ideal de paz en el reino y basados en temas
mitológicos. Para crear los dramas, la música y los efectos escénicos
necesarios la reina recurrió a los mejores artistas y arquitectos de la época,
y la historiadora Frances Yates no ha dudado en calificarla como “una gran
artista creadora de festivales”. No en vano, la monarca franco-italiana
introdujo cambios graduales en los espectáculos tradicionales: por ejemplo,
incrementó la importancia de las danzas en los números que constituían los
puntos culminantes de las fiestas. De estos avances creativos emergió una nueva
forma de arte, el ballet cortesano. El Ballet cómico de la Reina de 1581, una
fusión de danza, música, poesía y escenografía, es reconocido por los
estudiosos como el primer ballet auténtico.
De entre todas las artes, el gran
amor de Catalina de Médici fue la arquitectura. Así, tras el fallecimiento de
su esposo Enrique II, Catalina se dispuso a inmortalizar la memoria de su
marido y engrandecer a la dinastía Valois a través de una serie de costosos
proyectos arquitectónicos, entre ellos las intervenciones en los castillos de
Montceaux-en-Brie, Saint-Maur-des-Fossés y Chenonceau. Además ordenó construir
dos nuevos palacios en París: las Tullerías y el Hôtel de la Reine. Intervino
en la planificación y supervisión de todos estos proyectos arquitectónicos.
Catalina mandó tallar emblemas de
su amor y dolor en las sillerías de piedra de todos sus edificios. Los poetas
la ensalzaron como la nueva Artemisia, en comparación con Artemisia II de
Caria, que construyó el célebre Mausoleo de Halicarnaso como tumba para su marido.
Como pieza central de una ambiciosa nueva capilla, encargó crear una magnífica
tumba para Enrique II en la basílica de Saint-Denis que sería diseñada por
Francesco Primaticcio y tendría esculturas
de Germain Pilon. El historiador del arte Henri Zerner ha destacado este
monumento como “la última y más brillante de las tumbas reales del Renacimiento”.
La reina también encargó a Germain Pilon la realización de la escultura de
mármol que contiene el corazón de Enrique II.
Aunque Catalina de Médici gastó
enormes sumas de dinero en las artes, gran parte de su mecenazgo no dejó legado
permanente. El fin de la dinastía Valois muy poco después de su fallecimiento trajo
un cambio en las prioridades.
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