Margarita Villaquirá Aya, más
conocida como la Loca Margarita, fue un personaje histórico de la ciudad de
Bogotá (Colombia), reconocida como una de los cuatro “locos” que deambularon
por la ciudad entre los años veinte y cuarenta. Fue trascendental en algunas de
las escenas más importantes de la historia política de Colombia en esas dos
décadas debido a la gran influencia que directamente ejercía en el Partido
Liberal Colombiano y de manera indirecta en el Partido Conservador Colombiano.
Vivía holgadamente en la vereda
de El Alto en su pueblo natal y, tanto en su casa como en la escuela donde
trabajaba como profesora, cuidaba de los jardines con gran cariño y esmero. Se
dice que estaba siempre engalanada con claveles rojos, debido al amor que
sentía por el Partido Liberal, y que aprovechaba sus clases para adiestrar a
sus estudiantes para participar en el mismo; incluso, se añade que muchos de
ellos entraron a las filas del Ejército Liberal en las batallas ocurridas desde
1881 hasta mediados del siglo XX.
En el año 1902, su vida cambió
radicalmente. Ese año recibió noticias de la derrota del general liberal Rafael
Uribe Uribe en la Batalla de Palonegro y de la muerte de su esposo, el
suboficial Nemesio Gutiérrez. Por esa época su fama como activista liberal
había trascendido las fronteras de Fusagasugá y llegó a oídos del general conservador
Arístides Fernández, quien ordenó a una patrulla ir hasta este municipio a
apresarlos junto a todas aquellas personas que pertenecían al Partido Liberal.
Fue en una mañana de domingo cuando este grupo armado la apresó, pasando por
encima de las normas de la guerra, junto con su único hijo, Miguel, de 20 años
de edad. Gracias a la influencia de algunos importantes políticos liberales y
de conservadores, ella fue liberada mientras su hijo fue torturado y asesinado
con otros hombres en la plaza central del pueblo. Margarita intentó por todos
los medios de evitarlo, pero ella misma casi es asesinada, luego de ser
golpeada por uno de los soldados, y fue la intervención del sacerdote la que le
salvó la vida.
En seguida, Margarita quemó su
vivienda y huyó hacia Bogotá con una corona de flores rojas de su jardín y una
bolsa que contenía ropa y las escrituras de sus pocas propiedades. En esta
ciudad, se instaló en un lote que había heredado de su esposo en el que había
autorizado construir una vivienda improvisada para personas de escasos
recursos, rodeada por un jardín de flores rojas, que luego recibiría el nombre
de Casas Viejas. Allí, ellos obedecían, cuidaban y daban comida y ropa a Margarita,
quien a cambio les permitía quedarse y les enseñaba los valores de su partido
político. Por ese entonces ya estaba loca y andaba todo el tiempo vestida de
blanco y con un paquete en la mano en donde cargaba las escrituras ya nombradas
y algunos elementos de uso personal. Así recorría varias calles del centro de
la ciudad y alentaba al general Uribe, por ese entonces el único senador
liberal.
En alguna oportunidad Margarita
se coló entre la multitud y alcanzó al general, con quien cruzó unas palabras
que la animaron aún más en sus inclinaciones políticas. Desde ese momento, se
le abrieron muchas puertas de la alta sociedad, principalmente las de los
miembros del Partido Liberal, cuyas esposas gozaban de su compañía a pesar de
conocerse su discapacidad mental. El 15 de octubre de 1914, Tras su rutina de
baño en el “chorro de Padilla” y de oración en la Iglesia del Carmen, se reunió
con la matrona de La Candelaria, que tenía un ejemplar del semanario Gil Blas.
Se dice que Margarita se lo arrebató y leyó un aparte del editorial por el que
presintió que esa tarde algo le sucedería al general Uribe. Después de recorrer
varias calles del centro, llegó a la plaza de Bolívar (Bogotá) en donde habían
acabado de asesinar con hachuelas al general. Ese encuentro fue trascendental
en su vida, pues las ropas de esta mujer quedaron manchadas con la sangre de su
líder en medio de la emotividad que su muerte le generó.
A partir de entonces, no volvió a
vestir de blanco: ahora lucía todos los días batas de zaraza roja y andaba
descalza ―a pesar de tener una amplia colección de zapatos rojos que le habían
obsequiado―. Señalaba que desde esa turbia tarde sus ropas estaban manchadas
con la sangre del general y que, por ello, siempre vestía así.
En 1932 conoció a otro de los cuatro
reconocidos locos de la ciudad, Juan El Chivas Coquín. Él se convirtió en su
infaltable cita de todos los días ―hasta la muerte de ella― a las cinco de la
tarde en la esquina de lo que hoy es la Biblioteca Luis Ángel Arango. Luego era
común verlos en expendios de chicha, bares y cafés rodeados de poetas y
caricaturistas.
Las campañas de la Loca Margarita
contra los conservadores y a favor de los liberales continuaron. En una ocasión
llegó hasta el cordón de seguridad del presidente Marco Fidel Suárez, quien al
darse cuenta que se trataba de ella no le negó el paso para que llegara hasta
su lado, aunque sabía que no alabaría a su partido… Tiempo después el
presidente reconoció que ella era un personaje trascendental en las campañas y
en el desempeño del partido liberal y que para los conservadores hubiera sido
muy bueno tener una seguidora como ella. Asimismo, fue muy importante en la
época en la que Jorge Eliécer Gaitán fue alcalde de la ciudad; lo apoyó todo el
tiempo hasta el momento de su destitución a causa de una huelga de
transportadores en la que fue atropellada por la multitud junto con el Chivas y
por lo que estuvieron varios días internados en un hospital.
Cuando contaba setenta y ocho
años, aún llena de vitalidad, participó y fue casi imprescindible en la campaña
que convertiría a Eduardo Santos como presidente de la República. Por aquel
entonces conoció a Lorencita Villegas, quien era la primera dama de la nación.
Esta mujer la cuidó durante sus últimos cuatro años de vida mientras Margarita
estuvo enferma, principalmente cuando fue hospitalizada en 1941 se convirtió en
noticia. Igualmente la apoyó cuando no le permitían la entrada al Chivas por su
aspecto sucio, feo y descuidado. Dos días después de ver a su inseparable amigo
luego de esta prolongada estancia en el hospital separada de él, Margarita
falleció.
Ocurrió en los primeros días de
enero de 1942 y ya tenía 82 años. La Dirección Nacional Liberal, agradecidos
por su incondicional apoyo, costearon sus gastos funerarios y su entierro,
oficiado en el Cementerio Central de Bogotá en una tarde lluviosa. Su amigo, el
Chivas, se despidió de ella hasta que fue la hora de cierre del camposanto.
Por muchos años, los martes y los
viernes su tumba estuvo decorada con flores tan rojas como el color de su
partido y de sus vestiduras, y muestras de afecto y admiración estuvieron
presentes; se habla incluso de un verso que le compuso el poeta Porfirio Barba
Jacob: “Era una llama al viento”.
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