Victoria Carolina Coronado y
Romero de Tejada, hija de Nicolás Coronado y Gallardo y de María Antonia
Eleuteria Romero de Tejada y Falcón, habría nacido el 12 de diciembre de 1820
en la localidad pacense de Almendralejo en el seno de una familia acomodada
pero de ideología progresista, lo que provocó que su padre y su abuelo fueran
perseguidos. Fue la tercera de nueve 4 hermanos a quienes dedicó numerosos
poemas, especialmente a Emilio. Tras mudarse a Badajoz, capital de la
provincia, con cuatro años debido a que su padre comenzó a trabajar de
secretario en la Diputación, Carolina fue educada en la forma tradicional para
las niñas de la época: costura, labores del hogar, etc. pese a lo cual, ya
desde pequeña mostró su interés por la literatura y comienza a leer, robando
horas al sueño, cualquier género u obra que puede conseguir.
Por ello
desarrolló una extraordinaria facilidad para componer versos. Sus primeros
poemas datan de la temprana edad de 10 años. Con un lenguaje algo desaliñado e
incluso con errores léxicos y ortográficos, pero espontáneo y muy cargado de
sentimiento, motivado por amores imposibles entre los cuales destaca Alberto,
su supuesto primer compañero, de quien se duda si realmente llegó a existir, y
que murió en el mar. La afección de catalepsia crónica que padecía,
posiblemente contribuyó a su temperamento romántico, llegando a
"morir" varias veces, lo que hizo que se obsesionase con la idea de
poder ser enterrada en vida. Llevó una vida revolucionaria ya que en 1838 Carolina
Coronado emprendió con entusiasmo el bordado de una bandera para un batallón
creado para defender el trono de Isabel II. Una de sus “falsas muertes”, fue
publicada en 1844, que motiva que Carolina escriba Dos muertes en una vida, y
que se publicaría tras su fallecimiento. Ya entonces había sido admitida en el
Instituto Español y en casi todos los Liceos de España. Cuatro años más tarde,
en 1848, una enfermedad nerviosa la deja medio paralítica en Cádiz y los
médicos le recomiendan tomar aguas cerca de Madrid, por lo que traslada su
residencia a la capital. En 1852 se casa en Madrid, con sir Justo Horacio
Perry, secretario de la embajada de EE. UU. en Madrid. Tuvo un hijo, Carlos
Horacio, y dos hijas, Carolina y Matilde. Tiene varias
"premoniciones" en las que anticipa el fallecimiento de su hija. Y su
obsesión por la muerte la llevó hasta tal punto que, cuando su marido muere en
1891, embalsama el cadáver, negándose a enterrarlo e incluso dirigiéndose a él
con el apelativo de "el silencioso" y "el hombre de
arriba". Siendo ella
revolucionaria, su residencia madrileña se hizo famosa por las tertulias
literarias que en ella se realizaban, ya que sirvió como punto de encuentro
para escritores progresistas y refugio de perseguidos, llegando a asistir
algunos de los más renombrados autores del momento, como Emilio Castelar. Sin
embargo, este refugio clandestino, y su afinidad por la revolución, causarían
que sufriese la censura de la época. Pese a ello, logró publicar algunas de sus
obras en periódicos y revistas hasta lograr cierta fama. Participó también en
la campaña contra la esclavitud, llegando a ser, con Concepción Arenal, del
cuadro dirigente de la Sociedad Abolicionista de Madrid. En 1868 se fechan los
versos A la abolición de la esclavitud en Cuba, poesía que provocó un escándalo
político al ser declamada en público el 14 de octubre, poco después de estallar
la Revolución del 68, con la que simpatizaban Carolina y su marido. Al llegar
las revoluciones se van a vivir a Lisboa, al palacio de la Mitra, en Pozo do
Bispo, población próxima a Lisboa, a pesar de haber perdido sir Horacio toda su
fortuna que tenía invertida en el tendido del cable submarino de comunicaciones
que uniría Estados Unidos con Europa. Viuda desde 1891, falleció en el palacio
de la Mitra de Lisboa el 15 de enero de 1911, y como su hija Matilde —que murió
poco después— no tuvo descendencia, todas sus pertenencias, escritos y muebles
del palacio pasaron a la familia de Torres Cabrera, hoy conde de Canilleros.
Está enterrada en el cementerio de Badajoz.
Las primeras composiciones de
Carolina son poesías. La primera de ellas que fue publicada en dos diarios se
titula A la palma. La literatura fue para Carolina un oasis donde refugiarse de
su naturaleza enfermiza, contando también con varias depresiones de carácter
nervioso a lo largo de su vida, agravadas por las pérdidas de sus hijos. Sin
embargo, detrás de esta imagen de mujer débil y delicada se esconde una
dilatada existencia con gran fortaleza latente, que le permitió desarrollar una
respetable carrera. Harztenbusch se tomó
muy en serio su trabajo y le hace recomendaciones y correcciones que le sirven
de gran ayuda en su trayectoria. Fue su principal sostén y apoyo. Prologó el
volumen de poesías escrito por la poeta extremeña y esta le dedicó la obra “La
voluntad demostrada de escribir la introducción”. Aparte de Harztenbusch, otros
escritores de la época como Donoso Cortés, Bretón de los Herreros, Martínez de
la Rosa, recibieron con los brazos abiertos a Carolina Coronado en el mundo de
las letras. Le dedicaron poesías y gratos juicios, sin perder de vista el tono
condescendiente del que a veces hicieron gala. Como respuesta a esta gran
acogida, Carolina pudo participar y fue bien recibida en instituciones como el
Liceo Artístico y Literario de Madrid y le invitaron a participar en homenajes
de poetas y escritores contemporáneos. Pero, a pesar de ello, también se
dejaron oír comentarios peyorativos que tildaban a la escritora de pedante. Otro
de los autores con prestigio en esa época que ayudó a Carolina a abrirse paso
en un espacio artístico liderado por hombres, fue Gustave Deville. Como
agradecimiento, Carolina le dedica su poema «A Napoleón», fechado en Badajoz en
1845. Aunque su primera incursión en el mundo literario fue a través de la
lírica, Carolina Coronado no dudó en adentrarse en otros géneros que revelan la
versatilidad de su espíritu. Algunas de sus obras en prosa se publicaron por
entregas en semanarios y periódicos. Su producción literaria fue diversa:
novelas, como Jarilla, Paquita, Adoración, Luz; La Sigea, La rueda de la
desgracia, manuscrito de un conde, El Oratorio de Isabel la Católica y la
inacabada Harnina; obras como Los genios gemelos. Primer paralelo: Safo y Santa
Teresa de Jesús, Un paseo desde el Tajo al Rhin, descansando en el Palacio de
Cristal, Galería de poetisas contemporáneas, España y Napoleón y Anales del
Tajo corresponden a sus ensayos. También se conocen algunos títulos de obras
teatrales que se estrenaron como El cuadro de la Esperanza. Narrativa epistolar
y otros artículos completan la producción de Carolina Coronado.
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